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El materialismo histórico y el análisis de la sociedad

El materialismo histórico de Marx no se puede interpretar como el materialismo clásico de Demócrito o Leucipo, ni tampoco como el mecanicismo científico, tan propio de la modernidad. La intención de Marx no es afirmar que todo es materia, sino que su propuesta va más allá, precisamente por el hecho de aplicarse a la historia y la economía. De manera que este materialismo marxista está alejado del idealismo hegeliano (la realidad material será más importante que el pensamiento) pero también mantiene una distancia crítica respecto al materialismo clásico y el mecanicismo, demasiado reduccionistas (piénsese en los nuevos modelos científicos del siglo XIX, como la teoría de la evolución) y estáticos, carentes del dinamismo propio de la dialéctica. Por si esto fuera poco, el materialismo clásico es sólo una teoría más, sin preocuparse de la transformación de aquello que observa. La realidad es sólo un objeto de contemplación y no de transformación, que es precisamente la concepción marxista de la realidad. Las cosas no están ahí simplemente para decir: “todo lo que percibo es una composición material”, y continuar la vida de un modo teórico. La naturaleza y el mundo social están ahí para ser transformados por un ser humano que por esencia es actividad, trabajo, dimensión que parece olvidada por el materialismo clásico. El hombre está en medio de la realidad, rodeado de una naturaleza que no únicamente es contemplada, sino también transformada, y es en esta transformación donde se expresa la verdadera esencia del hombre. A través de la praxis (práctica-trabajo) Marx intenta superar la tensión entre un idealismo demasiado alejado de las cosas, y un materialismo demasiado apegado a las mismas. Su intención última es ampliar el punto de vista de un materialismo demasiado rígido, y rebajar las alas al idealismo: mediante un planteamiento dinámico, podemos entender al hombre en relación con las cosas. Hombre y realidad están íntimamente unidos a través del trabajo, verdadera esencia del ser humano, que a la vez lo realiza y transforma la naturaleza.
Como consecuencia de esta tesis, las ideas de los hombres están estrechamente ligadas a las condiciones materiales de cada ser humano, especialmente al trabajo que realiza el hombre dentro de la sociedad y al lugar que ocupa dentro de la misma. Además, estas condiciones materiales están regidas por la dialéctica y por su carácter histórico: la situación actual es sólo una más de las muchas que se han dado a lo largo de la historia (no debe ser entendida por tanto como una verdad eterna) y puede interpretarse además como la negación de una configuración anterior que dará lugar a otra nueva, en la que se superarán algunas de las contradicciones presentes. Como se ve, el materialismo histórico de Marx se empobrece si se entiende como una teoría metafísica o filosófica. Más bien, debe ser comprendida como una teoría de la economía, la sociedad y la historia, tres fenómenos esencialmente humanos. En estas tres dimensiones de la vida humana, existe una misma clave explicativa, y un mismo motor: la contradicción y la lucha de clases.
En economía, el capitalismo genera una contradicción fundamental entre el proletariado y la burguesía a través de lo que Marx llama plusvalía, que sería la diferencia entre el valor real (lo que podríamos llamar coste de producción, determinado para Marx por la cantidad de trabajo necesaria para producir) y el precio de mercado de un mismo producto. La burguesía aporta las materias primas y los medios de producción, y el proletariado proporciona toda la fuerza de trabajo, pieza esencial del proceso productivo. Sin embargo, esta plusvalía va a parar por completo a manos de la burguesía, por lo que el proletariado no puede acceder jamás a los beneficios. En realidad, lo que hace el capitalista es comprar poder de trabajo cuyo valor en el precio de mercado del producto es superior a lo que el proletario recibe a través de su salario. Al convertir la fuerza de trabajo en una mercancía más de cambio, el trabajador queda atado el burgués, y se produce la alienación. El sistema capitalista enfrenta de este modo a ambas clases sociales: el capital vale más que el trabajo, que es siempre considerado como un elemento más del sistema productivo, excluido del reparto de la plusvalía que impone el burgués, y que por otro lado debe pagar el proletario en el mercado de bienes. La humillación del proletario es, en este sentido, doble: vende su trabajo sin participar de la plusvalía, y debe pagar esa plusvalía por aquellos productos que él mismo produce.
Este enfoque puramente económico debe complementarse con el análisis marxista de la sociedad, recogido, entre otras obras, en la Contribución a la crítica de la economía política. La primera idea que cabe destacar es que la estructura económica es la base real de la sociedad. Se ha discutido si esto debe entenderse de un modo estrictamente económico (“economicismo”) o de una manera más amplia (el diccionario de F. Mora habla de “globalismo”), complementando esta idea con la sexta Tesis sobre Feuerbach (“el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales”). En cualquier caso, hemos de tener en cuenta que se huye de cualquier clase de idealismo (el hombre no es su conciencia, sino su trabajo y las relaciones sociales subsiguientes), y quizás haya que incorporar un modo de pensamiento dinámico, coherente con la dialéctica marxista: el sistema económico genera unas relaciones sociales determinadas, que respaldan al sistema que las creó. Cuando esto se ha perpetuado a lo largo del tiempo, economía y sociedad están profundamente entrelazadas.
De hecho, la anterior interpretación se ve confirmada si nos detenemos a descomponer el mismo concepto de estructura económica. Ésta vendría configurada por lasrelaciones de producción y las relaciones de propiedad. Aquellas relaciones que se establecen entre los hombres derivadas del proceso de producción reciben el nombre derelaciones de producción. Tienen, al menos, dos vectores centrales: la relación proletario-burgués (relacionada con el concepto de alienación y plusvalía) y la relación del proletario con el resto de proletarios. Estas relaciones se expresan jurídicamente en las relaciones de propiedad, que permiten al capitalista apropiarse de los medios de producción y, lo que es aún más grave, de la naturaleza, convertida ahora en materia prima del proceso productivo. En el capitalismo, la burguesía se adueña de los medios de producción y las materias primas, mientras que los proletarios tan sólo son dueños de su propio trabajo, convertido, como ya vimos, en mercancía. El trabajo unido a los medios de producción forman lo que Marx denomina fuerza productiva.
Esta estructura económica formada (relaciones de producción+relaciones de propiedad+fuerza productiva) crea una superestructura ideológica, que es el conjunto de productos, costumbres y representaciones culturales que sirven a un doble fin: justifican y legitiman aquella estructura que los ha creado y, por otro lado, esconde u oculta el conflicto y la contradicción que existe en la base económica. La ideología estaría formada por el sistema político, las leyes, la religión, el arte... todos ellos sirven para justificar el “status quo”, y para distraer la capacidad crítica del proletariado. Infraestructura y superestructura mantienen una relación bidireccional: por un lado, la infraestructura genera una superestructura que justifica a la primera, y que por tanto puede influir de un modo determinante en su mantenimiento, aceptándose también la posibilidad de que pudiera modificar las relaciones que se establecen en la infraestructura. Como ocurre en el resto de la filosofía marxista, debemos entender las relaciones entre ambas de un modo flexible y dialéctico, y en ningún caso desde una óptica mecanicista y cerrada.
El capitalismo queda marcado entonces por la contradicción interna que lleva en su seno: bajo la aparente tranquilidad social, garantizada por las leyes, el sistema político y la religión, late un conflicto que cuando se desarrolle suficientemente conducirá a la disolución de este modo de producción. Cuando las fuerzas productivas estén suficientemente desarrolladas, esta contradicción será aún más aguda y se manifestará de un modo mucho más evidente, pues las relaciones de producción no serán capaces de solucionar esta contradicción. Se llega así a una fase de revolución social, que comenzará con la transformación de la infraestructura, que tendrá como consecuencia la aparición de una nueva superestructura. En este sentido, el aumento de la alienación del proletariado y de la injusticia es en realidad un paso adelante en la toma de conciencia de clase por parte del proletariado, y empujará a los trabajadores al levantamiento contra el capitalismo.
De esta manera, el análisis de la sociedad nos ha conducido, de un modo casi “natural”, a tesis marxistas sobre la historia: el actual modo de producción (capitalismo) terminará colapsado, cediendo su lugar a un nuevo modo de producción (el comunismo o socialismo), que tal y como aparece en el Manifiesto comunista estaría caracterizado por la abolición de la propiedad privada, la colectivización de los medios de producción, el sistema asambleario, y la autogestión de pequeñas comunidades, capaces de tomar decisiones por sí mismas sobre sus propios recursos. De un modo quizás utópico, Marx afirma que en este tipo de sociedad el hombre dedicará su tiempo a aquellas actividades que le realizan en mayor medida. Así, la historia aparece movida por la lucha de clases, auténtico motor del cambio social. La contradicción interna de cada modo de producción está poniendo las condiciones necesarias para la desaparición del mismo. El hombre protagoniza su propia historia a través de la contradicción, el enfrentamiento, la injusticia y la lucha. El presente sería sólo una antítesis, un esbozo de una dialéctica inacabada que dará paso a la sociedad comunista. En este desarrollo dialéctico, Marx llegó a distinguir, en un primer momento, diferentes modos de producción, que recogerían el desarrollo histórico del ser humano: comunismo primitivo, despotismo oriental, esclavismo, feudalismo y capitalismo. Sin embargo, esta clasificación histórica de los modos de producción se va diluyendo en los escritos maduros de Marx. Lo que sí se mantuvo, a pesar de esta evolución, fue esta especie de teleología o finalidad de la historia: antes o después, la humanidad desembocaría en el modo de producción comunista o socialista que se ha descrito un poco más arriba.


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