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MITO DE PROMETEO
(Texto adaptado)
Un día se produjo una disputa en Sicione sobre qué partes de un toro sacrificado se debía ofrecer a los dioses y cuáles debían reservarse a los hombres, y se invitó a Prometeo a actuar como árbitro. Prometeo desolló y descuartizó un toro, cosió su piel formando dos bolsas con boca ancha y los llenó con las partes del toro. Una bolsa contenía la carne más sabrosa, pero sobre ella puso el estómago, que es la parte menos apetecible; el otro saco contenía huesos, pero sobre ellos puso un poco de carne y de grasa. Luego invitó a Zeus a elegir entre ambos sacos. Zeus cayó en el engaño y eligió el saco que contenía los huesos. Prometeo festejó el éxito de truco y se rió a espaldas de Zeus, quien, muy enojado, privó a los hombres del fuego, diciendo: “¡Que coman la carne cruda!”.
Prometeo fue a ver a Palas Atenea y le pidió que lo ayudara a entrar secretamente en el Olimpo. La diosa lo ayudó y Prometeo encendió una antorcha con el fuego del Sol y regresó con el fuego.
Zeus juró vengarse. Ordenó a Hefestos que hiciera una mujer de arcilla, a los cuatro Vientos que le insuflaran la vida y a todas las diosas del Olimpo que la adornaran. Y envió a Pandora, la mujer más bella jamás creada, como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo. Epimeteo, avisado por su hermano, no quiso aceptar el regalo. Más enfurecido, Zeus hizo encadenar a Prometeo en una de las montañas del Cáucaso, donde un buitre le devoraba el hígado durante todo el día, un año tras otro. El castigo no tenía fin porque el hígado de Prometeo crecía durante la noche.
Epimeteo, asustado por la suerte corrida por Prometeo, se casó con Pandora. Poco tiempo después abrió una caja que Prometeo le había advertido que no debía abrir jamás, y de allí salieron todos los males del mundo: la vejez, el trabajo, la enfermedad, la locura, el vicio. Los males hirieron a Epimeteo y luego atacaron a todos los hombres. Sin embargo, en la caja quedó la esperanza.
MITO DE PROMETEO (Protágoras, 320d-321d)
(Texto adaptado)
Un día se produjo una disputa en Sicione sobre qué partes de un toro sacrificado se debía ofrecer a los dioses y cuáles debían reservarse a los hombres, y se invitó a Prometeo a actuar como árbitro. Prometeo desolló y descuartizó un toro, cosió su piel formando dos bolsas con boca ancha y los llenó con las partes del toro. Una bolsa contenía la carne más sabrosa, pero sobre ella puso el estómago, que es la parte menos apetecible; el otro saco contenía huesos, pero sobre ellos puso un poco de carne y de grasa. Luego invitó a Zeus a elegir entre ambos sacos. Zeus cayó en el engaño y eligió el saco que contenía los huesos. Prometeo festejó el éxito de truco y se rió a espaldas de Zeus, quien, muy enojado, privó a los hombres del fuego, diciendo: “¡Que coman la carne cruda!”.
Prometeo fue a ver a Palas Atenea y le pidió que lo ayudara a entrar secretamente en el Olimpo. La diosa lo ayudó y Prometeo encendió una antorcha con el fuego del Sol y regresó con el fuego.
Zeus juró vengarse. Ordenó a Hefestos que hiciera una mujer de arcilla, a los cuatro Vientos que le insuflaran la vida y a todas las diosas del Olimpo que la adornaran. Y envió a Pandora, la mujer más bella jamás creada, como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo. Epimeteo, avisado por su hermano, no quiso aceptar el regalo. Más enfurecido, Zeus hizo encadenar a Prometeo en una de las montañas del Cáucaso, donde un buitre le devoraba el hígado durante todo el día, un año tras otro. El castigo no tenía fin porque el hígado de Prometeo crecía durante la noche.
Epimeteo, asustado por la suerte corrida por Prometeo, se casó con Pandora. Poco tiempo después abrió una caja que Prometeo le había advertido que no debía abrir jamás, y de allí salieron todos los males del mundo: la vejez, el trabajo, la enfermedad, la locura, el vicio. Los males hirieron a Epimeteo y luego atacaron a todos los hombres. Sin embargo, en la caja quedó la esperanza.
MITO DE PROMETEO (Protágoras, 320d-321d)
“Cuando les
suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas
contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso
y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y,
además, para que cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y
adecuado a cada cual. A algunas les puso en los pies cascos y a otras piel
gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos distintos a cada una:
a unas hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras raíces.
Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales.
Concedió a aquellas poca descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran
fecundidad; procurando, así, salvar la especie.
Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades a favor de los animales. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.
Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades a favor de los animales. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.
El hombre, una vez
que participó de una porción divina, fue el único de los animales que, a causa
de este parentesco divino, primeramente honró a los dioses y comenzó a erigir
altares e imágenes a los dioses. Adquirió rápidamente el arte de articular
sonidos vocales y nombres, e inventó viviendas, vestidos, calzado, abrigos,
alimentos de la tierra. Equipados de este modo, los hombres vivían al principio
dispersos y no en ciudades, siendo, así, aniquilados por las fieras, al ser en
todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio,
adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra contra las fieras,
porque no poseían el arte de la política, del que el de la guerra es una parte.
Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez
reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo
que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra
especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los
hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la
armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la
forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: “¿Las distribuyo como
fueron distribuidas las demás artes?”. Pues éstas fueron distribuidas así: Con
un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos
profanos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto
así la justicia y el pudor entre los hombres, o bien las distribuyo entre
todos?“Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si
participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás
habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que
sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea condenado a muerte,
como una plaga de la ciudad”.
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